Debes elegir una puerta
Debes elegir una puerta
Me gustaría explicar un curioso fenómeno sobre uno de los síntomas más importantes de la medicina, y que se ha convertido en un caballo de batalla a lo largo de los siglos para el ser humano: el dolor. Antes que nada vamos a definir lo que en medicina se denomina síntoma y signo: síntoma es todo aquello que el paciente refiere pero que no podemos comprobar objetivamente: un ejemplo clásico es el dolor: desgraciadamente no tenemos una máquina que nos permita medirlo de manera objetiva; y un signo es todo aquello que podemos registrar de manera objetiva en un paciente, por ejemplo, la fiebre: tenemos un termómetro que la mide y sobre todo, tenemos una escala que nos permite comparar unas temperaturas con otras.
Una vez establecido esto, ¿cómo podríamos definir el dolor?; clásicamente el dolor ha sido visto como un mecanismo defensivo, que permite que nos alejemos de lo que nos hace daño o puede ser nocivo para nosotros. Tan negativo es tener una vida llena de dolor como no tener los sistemas que lo provocan, ya que cumple muchas funciones que no vemos normalmente. Pero como todo en medicina, existen dos tipos generales de dolor: el dolor agudo (somático) y el dolor crónico (visceral). Y vamos a explicar cada uno de ellos. Empecemos con el dolor somático.
El dolor somático o agudo es el que sentimos cuando por ejemplo nos pinchamos con una aguja o nos dan un golpe: suele ser bien definido, es decir, que la persona que lo sufre nos puede indicar exactamente dónde le duele; tiene una mayor velocidad y a veces genera respuestas sin la necesidad de que el dolor como tal sea integrado por los centros superiores como la corteza: por ejemplo, si algo nos pincha, retiramos la mano de manera refleja, incluso antes de que seamos conscientes de que nos hemos pinchado: es lo que se denomina el “arco reflejo”
El dolor visceral o crónico es un dolor con características especiales, como que no se puede localizar con seguridad, que suele a veces no ser de gran intensidad, pero debido a que no deja de estar presente, y debido a la integración del mismo, tiene efectos dentro del humor de las personas que lo sufren. De todos los dolores, quizás éste sea el mayor enemigo con el que nos enfrentamos, porque si bien el anterior tiene un gran componente “defensivo”, en el caso del dolor crónico, este componente desaparece, porque no podemos “huir” de lo que lo provoca. Así que éste es el dolor que la mayoría de las veces supone un verdadero reto para los que practican y luchan contra el dolor.
Y dentro de este mundo sobre el que apenas estamos dando una mirada muy leve (les puedo asegurar que es y sigue siendo uno de los campos punteros tanto en investigación como en tratamiento en la medicina actual), voy a centrarme en algo curioso que tiene el dolor. No sé si recuerdan que no hace mucho hablaba de la dualidad del dolor con respecto a la conciencia, porque tanto nos permite salir de la inconsciencia (como cuando nos despertamos cuando nos hacen daño) como caer en ella cuando el dolor es de gran intensidad (el llamado shock cardiogénico). Pero como les comento, hay otro aspecto curioso del dolor y que luego intentaré aplicar a la determinación de las integraciones anómalas de la información por parte de la conciencia. Y este hecho tan curioso que afecta al dolor es la denominada “teoría de las puertas”.
Y para poder explicarlo, vamos a hablar de algo que es muy mundano y que todos hemos sufrido alguna vez: las cosquillas. Quizá no sepa que las cosquillas son un dolor de baja intensidad, tan baja que no se integran como dolor, sino como otra sensación, a la que clásicamente denominamos cosquillas; de hecho, recuerden el famoso “martirio chino” de las cosquillas: son un dolor y como cualquier dolor, con el paso del tiempo se vuelve molesto; y ¿cómo nos quitamos las cosquillas?, pues rascándonos. Pero ¿qué mecanismo sigue el rascarse para que quiten las cosquillas?, pues aquí es donde entra la teoría de las puertas del dolor.
Lo que hacemos cuando nos rascamos es provocarnos un dolor de mayor intensidad que el que el que es producido por la sensación de las cosquillas, y entonces, de manera mágica, el dolor de menor intensidad desaparece (las cosquillas). Pero ¿cómo es esto posible?, pues voy a intentar explicarlo de manera que podamos comprenderlo. Esta teoría fue propuesta por Ronald Melzack y Patrick Wall, y como siempre, trata sobre la información (en este caso dolorosa) que puede ser transmitida a los centros superiores donde se hace consciente.
Esta teoría afirma que existen una serie de puertas (o compuertas) que funcionarían de la misma manera que un circuito: pueden estar abiertas o cerradas cuando se precisa transmitir un impulso u otro: cuando un dolor tiene mayor intensidad y características somáticas (como hacemos cuando nos rascamos) la compuerta se “cierra” para los dolores de tipo crónico o de menor intensidad. Pero estas compuertas no sólo están afectadas por el dolor, sino también por el estado de ánimo de cada uno; estoy seguro que muchos de ustedes han sufrido un accidente de tráfico, inicialmente con los nervios, no sentimos ningún dolor: nuestro estado de excitación o nerviosismo hace que la puerta que lleva el dolor a la corteza para integrarlo (la información) permanezca cerrada. A medida que pasa el tiempo, nuestro nerviosismo disminuye, y por lo tanto, la compuerta se abre permitiendo que pase la información dolorosa por la médula espinal y que se integre en forma de dolor: comienza a darnos la “lata”. Algo parecido es lo que describen algunos soldados que ante heridas en la guerra permanecen inalterables en el fragor de la batalla: su cuerpo ha “cerrado” la puerta que da paso al dolor.
Bueno, hasta ahora hemos hablado del dolor, pero ahora toca hablar de lo que ya saben que me gusta, que no es otra cosa que la conciencia. Así que recuerden que a partir de ahora es sólo hipótesis y opinión personal, ni siquiera llega a ser teoría. Recordemos lo que sabemos del dolor y de la teoría de la puerta. El dolor es una sensación, y podemos pensar que existen otras sensaciones que tienen el mismo mecanismo de “control”. Y ahora demos un salto mortal: ¿puede que la integración anómala de la información que explicaría algunos fenómenos anómalos siga un proceso análogo al de la teoría de la puerta del dolor?.
En este caso, las sensaciones que podríamos denominar que dan señales “normales” son las que impiden que la puerta que lleva a la percepción anómala de la información (en cualquier sentido) esté abierta. Cuando esta “sensación” de mayor intensidad desaparece, la puerta consigue “abrirse” para la integración de la información anómala: ¿podría explicar entonces esta idea el hecho de que siempre que ocurre un fenómeno anómalo se produce una especie de “vacío sensorial”, ya sea mediante el aislamiento sensorial (como ocurre en Ganzfeld) o mediante la famosa “campana de vacío” que muchos testigos afirman que precede ciertos fenómenos anómalos?. Si esto es así, realmente quedaría saber si ese “ruido sensorial anómalo” está presente en todas las personas, cómo se produce y dónde se integra en las vías superiores. Pero como por ahora me parece bastante, vamos a parar aquí y dejemos para otra ocasión qué posibilidades tenemos para esta integración anómala de la información procedente de los datos recogidos por los órganos de los sentidos y quien sabe si por otros órganos.
Me gustaría explicar un curioso fenómeno sobre uno de los síntomas más importantes de la medicina, y que se ha convertido en un caballo de batalla a lo largo de los siglos para el ser humano: el dolor. Antes que nada vamos a definir lo que en medicina se denomina síntoma y signo: síntoma es todo aquello que el paciente refiere pero que no podemos comprobar objetivamente: un ejemplo clásico es el dolor: desgraciadamente no tenemos una máquina que nos permita medirlo de manera objetiva; y un signo es todo aquello que podemos registrar de manera objetiva en un paciente, por ejemplo, la fiebre: tenemos un termómetro que la mide y sobre todo, tenemos una escala que nos permite comparar unas temperaturas con otras.
Una vez establecido esto, ¿cómo podríamos definir el dolor?; clásicamente el dolor ha sido visto como un mecanismo defensivo, que permite que nos alejemos de lo que nos hace daño o puede ser nocivo para nosotros. Tan negativo es tener una vida llena de dolor como no tener los sistemas que lo provocan, ya que cumple muchas funciones que no vemos normalmente. Pero como todo en medicina, existen dos tipos generales de dolor: el dolor agudo (somático) y el dolor crónico (visceral). Y vamos a explicar cada uno de ellos. Empecemos con el dolor somático.
El dolor somático o agudo es el que sentimos cuando por ejemplo nos pinchamos con una aguja o nos dan un golpe: suele ser bien definido, es decir, que la persona que lo sufre nos puede indicar exactamente dónde le duele; tiene una mayor velocidad y a veces genera respuestas sin la necesidad de que el dolor como tal sea integrado por los centros superiores como la corteza: por ejemplo, si algo nos pincha, retiramos la mano de manera refleja, incluso antes de que seamos conscientes de que nos hemos pinchado: es lo que se denomina el “arco reflejo”
El dolor visceral o crónico es un dolor con características especiales, como que no se puede localizar con seguridad, que suele a veces no ser de gran intensidad, pero debido a que no deja de estar presente, y debido a la integración del mismo, tiene efectos dentro del humor de las personas que lo sufren. De todos los dolores, quizás éste sea el mayor enemigo con el que nos enfrentamos, porque si bien el anterior tiene un gran componente “defensivo”, en el caso del dolor crónico, este componente desaparece, porque no podemos “huir” de lo que lo provoca. Así que éste es el dolor que la mayoría de las veces supone un verdadero reto para los que practican y luchan contra el dolor.
Y dentro de este mundo sobre el que apenas estamos dando una mirada muy leve (les puedo asegurar que es y sigue siendo uno de los campos punteros tanto en investigación como en tratamiento en la medicina actual), voy a centrarme en algo curioso que tiene el dolor. No sé si recuerdan que no hace mucho hablaba de la dualidad del dolor con respecto a la conciencia, porque tanto nos permite salir de la inconsciencia (como cuando nos despertamos cuando nos hacen daño) como caer en ella cuando el dolor es de gran intensidad (el llamado shock cardiogénico). Pero como les comento, hay otro aspecto curioso del dolor y que luego intentaré aplicar a la determinación de las integraciones anómalas de la información por parte de la conciencia. Y este hecho tan curioso que afecta al dolor es la denominada “teoría de las puertas”.
Y para poder explicarlo, vamos a hablar de algo que es muy mundano y que todos hemos sufrido alguna vez: las cosquillas. Quizá no sepa que las cosquillas son un dolor de baja intensidad, tan baja que no se integran como dolor, sino como otra sensación, a la que clásicamente denominamos cosquillas; de hecho, recuerden el famoso “martirio chino” de las cosquillas: son un dolor y como cualquier dolor, con el paso del tiempo se vuelve molesto; y ¿cómo nos quitamos las cosquillas?, pues rascándonos. Pero ¿qué mecanismo sigue el rascarse para que quiten las cosquillas?, pues aquí es donde entra la teoría de las puertas del dolor.
Lo que hacemos cuando nos rascamos es provocarnos un dolor de mayor intensidad que el que el que es producido por la sensación de las cosquillas, y entonces, de manera mágica, el dolor de menor intensidad desaparece (las cosquillas). Pero ¿cómo es esto posible?, pues voy a intentar explicarlo de manera que podamos comprenderlo. Esta teoría fue propuesta por Ronald Melzack y Patrick Wall, y como siempre, trata sobre la información (en este caso dolorosa) que puede ser transmitida a los centros superiores donde se hace consciente.
Esta teoría afirma que existen una serie de puertas (o compuertas) que funcionarían de la misma manera que un circuito: pueden estar abiertas o cerradas cuando se precisa transmitir un impulso u otro: cuando un dolor tiene mayor intensidad y características somáticas (como hacemos cuando nos rascamos) la compuerta se “cierra” para los dolores de tipo crónico o de menor intensidad. Pero estas compuertas no sólo están afectadas por el dolor, sino también por el estado de ánimo de cada uno; estoy seguro que muchos de ustedes han sufrido un accidente de tráfico, inicialmente con los nervios, no sentimos ningún dolor: nuestro estado de excitación o nerviosismo hace que la puerta que lleva el dolor a la corteza para integrarlo (la información) permanezca cerrada. A medida que pasa el tiempo, nuestro nerviosismo disminuye, y por lo tanto, la compuerta se abre permitiendo que pase la información dolorosa por la médula espinal y que se integre en forma de dolor: comienza a darnos la “lata”. Algo parecido es lo que describen algunos soldados que ante heridas en la guerra permanecen inalterables en el fragor de la batalla: su cuerpo ha “cerrado” la puerta que da paso al dolor.
Bueno, hasta ahora hemos hablado del dolor, pero ahora toca hablar de lo que ya saben que me gusta, que no es otra cosa que la conciencia. Así que recuerden que a partir de ahora es sólo hipótesis y opinión personal, ni siquiera llega a ser teoría. Recordemos lo que sabemos del dolor y de la teoría de la puerta. El dolor es una sensación, y podemos pensar que existen otras sensaciones que tienen el mismo mecanismo de “control”. Y ahora demos un salto mortal: ¿puede que la integración anómala de la información que explicaría algunos fenómenos anómalos siga un proceso análogo al de la teoría de la puerta del dolor?.
En este caso, las sensaciones que podríamos denominar que dan señales “normales” son las que impiden que la puerta que lleva a la percepción anómala de la información (en cualquier sentido) esté abierta. Cuando esta “sensación” de mayor intensidad desaparece, la puerta consigue “abrirse” para la integración de la información anómala: ¿podría explicar entonces esta idea el hecho de que siempre que ocurre un fenómeno anómalo se produce una especie de “vacío sensorial”, ya sea mediante el aislamiento sensorial (como ocurre en Ganzfeld) o mediante la famosa “campana de vacío” que muchos testigos afirman que precede ciertos fenómenos anómalos?. Si esto es así, realmente quedaría saber si ese “ruido sensorial anómalo” está presente en todas las personas, cómo se produce y dónde se integra en las vías superiores. Pero como por ahora me parece bastante, vamos a parar aquí y dejemos para otra ocasión qué posibilidades tenemos para esta integración anómala de la información procedente de los datos recogidos por los órganos de los sentidos y quien sabe si por otros órganos.
Comentarios
Publicar un comentario