Por justo juicio de Dios soy juzgado

 Por justo juicio de Dios soy juzgado


Cerca de la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz) hay un convento cartujo que merece la pena visitar, de hecho es origen de los famosos caballos cartujanos, pero a parte de su increíble belleza (y abandono, por cierto), las características de los monjes cartujos, y sobre todo de su fundador nos pueden servir (ya saben lo de mi “querencia”) para desafiar los límites de la conciencia. Espero que se sorprendan por lo que vamos a narrar aquí, y si ya lo conoce, por favor, disculpe mi ignorancia. Hablemos de San Bruno.

La orden de los cartujos fue fundada por San Bruno. De origen alemán, nació en el año 1030 y murió en el 1101. Estudió en Reims, y aunque era muy brillante en teología, decidió seguir una vida eremítica. Y se dirigió a Molesmes, para entrar en el Císter, pero San Bruno deseaba la soledad, por lo que decidió encaminarse a Grenoble y seguir al Obispo Hugo. El caso es que San Bruno era defensor de una vida monástica individual, donde cada monje se relacionaba de manera individual con Dios. Era clásico que cada celda tuviera una estufa de madera para protegerse del frío.

Pero se estarán preguntando, ¿qué tiene que ver esto con la conciencia?. Pues quizás uno de los episodios más impresionantes de su vida, y es su conversión: la leyenda dice que al fallecer en Paris el Dr. Raymond Diocrés, y mientras velaban su cadáver, éste se incorporó el primer día y exclamó “Por justo juicio de Dios soy acusado”. Al día siguiente dijo: “Por justo juicio de Dios soy juzgado”; y al tercer día exclamó el cadáver: “Por justo juicio de Dios soy condenado”. Supuestamente este hecho impresionó al joven Bruno y le hizo abrazar los hábitos.

¿Qué me puede interesar de este tema?: pues si es cierta la leyenda (algunos la discuten con vehemencia), nos encontramos con un hecho curioso: la conciencia del muerto vuelve a su cuerpo, que no revive, toma posesión del mismo y hace que hable y que cuente lo que está pasando: supuestamente estaba ante el juicio de Dios, y esto además hace que la conciencia que retornaba al cuerpo del difunto tuviera además conocimiento de lo que estaba pasando y dónde estaba pasando: pero el hecho más importante es que la conciencia retomó un cuerpo muerto, inerte.

Esta historia (no sabemos si cierta) pone en jaque varios aspectos: primero, que la conciencia emerja de los seres vivos; segundo que la conciencia no sobreviva a la muerte; como hemos dicho, si es cierto, significaría que en primer lugar la conciencia puede asentarse sobre objetos (o seres) inanimados. Y lo segundo indicaría que la conciencia se “asienta”, y no “emerge” de la actividad neuronal. De hecho en este relato la provoca. Espero que les sirva para reflexionar y hasta la próxima


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